Llegamos a Marrakesh con dos mochilitas, lo demás quedó temporalmente en Madrid. Por eso, nos verán siempre con la misma ropa (pero dejo constancia de que lavamos varias veces). Nos recibieron el calor que nos faltó durante las primeras semanas del viaje, mujeres tapadas desde las muñecas hasta los tobillos, más calor, muchos gatitos (ninguna rata), ni un perro, otro idioma (árabe y/o francés) y otra moneda (los dirhams, cuya tasa de cambio a esta altura es muy similar a la del peso argentino).
Marrakesh
Paramos cerca de la plaza (Djeema el Fna) donde está el mercado, dentro de la Medina (ciudad antigua). Casi todas las ciudades tienen una Medina y una parte nueva (Ville Nouvelle). La Medina de Marrakesh está llena de movimiento: encantadores de serpientes, monitos para la foto y tatuajes de henna, mucho ruido de tambores, comida, burros, carros, motos, bicicletas y caballos, que requerían de nuestra atención y malabares para evitar ser atropellados. Puestitos (souks) por todos lados: zapatos, carteras, vestidos, platos, especias, toda clase de boludeces y jugos de naranja por 4 dirhams, de los cuales abusamos. Muchas casas de té, siempre con hombres (nunca mujeres) tomando té (a veces, café) y mirando hacia la calle (nunca de espaldas). Todo se regatea, es parte de la cultura, uno convive con la duda de si lo estafaron o hizo negocio. Cada tanto, se escucha por todos lados el llamado a rezar por unos parlantes (así que es mala idea dormir con la ventana abierta para el que tiene el sueño liviano). La primera noche, un atrevido pickpocket intentó manotearle el celular del bolsillo a Luciano, quien se dio cuenta a tiempo y logró evitar que el malhechor lograra su cometido.
Plaza Djeema el Fna
Excursión de tres días al desierto (Erg Chabbi)
Para describir al conductor, se podría decir que era una combinación de Apu, con una clase de ira de la carretera y una fascinación por el acelerador y la bocina (como el típico conductor marroquí, según comprobamos). Viajamos por rutas de un solo carril (quiero decir, el mismo para los que van y para los que vienen), así que la “banquina” es bastante utilizada por allí.
Durante estos tres días pasaron varias cosas: a Luciano casi le venden una hermana; tuvimos una dieta a base de couscous y tajine; visitamos la Garganta del Todra y el Kasbah donde se filmaron varias películas (entre ellas, Gladiador); anduvimos en dromedario hasta que nos dolieron los dromedarios (así decidimos nombrar temporalmente a los huesitos de la cola hasta que averigüemos su verdadero nombre); dormimos en el Sahara, con estrellas fugaces, arena, arena y más arena.
Essaouira
Fuimos a la estación de autobuses de Marrakesh y nos dijeron que en ese mismo momento estaba saliendo un bus para Essaouira. Sus palabras eran muy literales, nos subimos a un bus en movimiento (sí, ya andando) y emprendimos camino a Essaouira con Luis y Miguel, dos españoles con los que hicimos buenas migas en la excursión al desierto (ver fotos para conocerlos). Camino a esta ciudad costera, vimos cabras subidas a los árboles de argán (no llegamos a sacarles una foto, pero era algo casi inverosímil). Por cierto, hay una cantidad excesiva de argán (recomiendo no averiguar cómo se obtiene), aceitunas y naranjas en Marruecos. En Essaouira, el clima es otro. Es mucho más ventoso, por lo que nuestra idea de playa se vio coartada por la fresca, y decidimos partir hacia Rabat.
Encontramos un barcito con licencia, un oasis entre tantas botellas de agua bebidas.
Rabat
Nos tomamos el bus lechero (el de los locales, el que para en todo pueblito del camino) y llegamos a Rabat después de casi 10 horas. Rabat es la capital de Marruecos, así que tiene más ciudad y la Medina es muy populosa. La mayoría de los hostels de la Medina no tienen baño en la habitación; la ducha la cobran aparte (y si es con agua caliente, le suman algunos dirhams más), pero encontramos uno que, al menos, tenía una puertita con un inodoro en el medio de la habitación (desde que llegamos que estoy evitando satisfactoriamente la letrina y me propuse hacerlo hasta que volvamos a España al menos). Al día siguiente, partirmos para Meknes.
Meknes y Fes
Por culpa del idioma, por no entender una sota y por no preguntar a tiempo, en Rabat nos tomamos un tren equivocado, pero que iba para el mismo lado. Así que en Kentra corregimos nuestro rumbo y seguimos viaje a Meknes. Cuando llegamos, hicimos una antimarroquinada comiendo en Pizza Hut, ya cansados del couscous y el tajine, que tienen gusto a Marruecos, ese sabor particular que encontramos en casi todos los platos que comimos. Tanto en Meknes como en Fes, nos perdimos por las callecitas de la Medina (los mapas no son de utilidad dentro de las Medinas); y anduvimos caminando por allí. En una de ellas, un chico se ofreció a sacarnos del laberinto a cambio de un par de dirhams, que realmente lo valieron. En línea con mis intenciones de evitar la letrina, en Meknes, encontramos un hotel que sí tenía ducha en la habitación, pero el inodoro estaba en el pasillo (¿?). En Fes, por suerte, ya había hostels normales, con baño entero para nosotros. Luego de pasar una noche en cada lugar, nos fuimos a Marrakesh para emprender el regreso.
Próximo destino: Lanzarote, a visitar a Pato y a Nati.