De Katmandú a Delhi en avión y, de allí, tren a Ajmer y bus a Púshkar. Volvemos a la India, a disfrutar del curry y las especias; a saludar con un Namaste; a beber chai, lassi y unas Kingfisher (bien heladas cuando es posible); a que me ofrezcan tatuajes de henna; a ver mujeres que visten saris y que, cuando están casadas, llevan un bindi (o tercer ojo) en la frente; a hablar con viejos que tienen el cabello de un color anaranjado muy poco natural que roza el fluorescente para taparse las canas; a acostumbrarnos a que los monos conviven con los humanos hasta en las ciudades; a cruzarnos con hombres amigos agarrados de la mano al caminar; a ver sonrisas teñidas de rojo a causa de masticar tanta palma de betel y quién sabe qué más; a escuchar música de Bollywood en casi todos los medios de transporte; a aceptar que las vacas son sagradas y andan sueltas por ahí; y a seguir siendo famosos posando para las fotos cada vez que nos piden una.

Y, en un lindo hotel, nos encontramos con Anto y Tina (en adelante, Antina) y compartimos con ellas dos días en la agitada India.

Púshkar con Antina

Púshkar también es una ciudad sagrada (en tal grado que hasta el alcohol y la carne están prohibidos) con su propio lago sagrado. Visitamos ghats, hicimos compras en alguna de las tantas tienditas que venden pañuelos, pashminas, telas, adornos, ropa, etc. y fuimos al templo dedicado a Brahma.

Algo de hinduismo: Los tres dioses principales del hinduismo son Brahma (creación del universo), Vishnu (conservación) y Shiva (destrucción). Templos dedicados a Shiva y Vishnu hay en todos lados. Brahma, en cambio, parece no ser tan popular, y uno de sus dos templos está en Púshkar. El dios más popular es en realidad Ganesha, hijo de Shiva y Parvati. Una de las versiones cuenta que, tras su casamiento con Parvati, Shiva se fue a meditar a los Himalayas y se concentró tanto que, durante el tiempo que estuvo ausente, nació Ganesha. Un día, Parvati se estaba bañando y le había pedido a Ganesha que cuidara la puerta para controlar que nadie entrara. En ese momento volvió Shiva y, sin saber que Ganesha era su hijo, le cortó la cabeza porque no lo dejaba entrar. Luego Shiva se enteró de que Ganesha era su hijo y, para consolar a Parvati, prometió que le cortaría la cabeza al primer ser vivo que se le cruzara para sustituir la cabeza de Ganesha. Y el primer ser vivo que se le cruzó fue un elefante. A su vez, Shiva también le prometió a Parvati que Ganesha sería siempre el primero en ser adorado, antes que a cualquier otro dios. Por este motivo, es el primero en ser invocado siempre, antes de rituales y ceremonias, antes de emprender un negocio, rendir un examen, etc.*

En la calle nos dicen Shalom. Piensan que somos israelíes. Hay muchísimo turismo israelí por esta zona. Los menús también están en hebreo. Un israelí nos cuenta que, en su país, el servicio militar es obligatorio (tres años para los hombres y dos años para las mujeres), así que una vez que lo terminan, la mayoría se va de viaje en busca de algo de libertad. Los destinos más visitados son Sudamérica y la India, por ser los más baratos, pero aún no entiendo por qué esto del Shalom nos pasó solo en Púshkar.

Dejamos a Luciano en el lindo hotel y con Antina nos fuimos a hacer una clase de cocina india, y de cultura india también porque charlamos algo más de lo que cocinamos. Tres papas para el paratha relleno y que las ecografías están prohibidas en la India porque algunos abortaban cuando sabían que se venía una niña, que las castas y que tres tipos de lentejas para el dal, que los padres le están arreglando su matrimonio, que ya la vio y le gustó, que la clave para el paneer es agregarle azúcar, que no es virgen, que ya tuvo una novia ponja y los padres no saben, que me parece que esto tiene mucho anís, que su posible futura esposa tiene 18 años, Anto no escondas el picante, que por qué en India no se dan muestras de afecto en público, que el paneer es igual a la ricota no me jodan, que enseña baile de Bollywood y por eso viajó por muchas partes del mundo, que agreguemos una cucharadita (no una pizca) de cilantro y cúrcuma, que está ahorrando para casarse porque es carísimo, que cómo son los casamientos, qué rico es el paneer butter masala, que cuando se casan la novia va a vivir a la casa del novio y su familia, y que él come pollo pero obvio que vaca no. Y así, entre paneer, paratha y dal, se nos fueron tres o cuatro horas amasando, condimentando y charlando.

Al otro día, las chicas siguieron con el shopping, negociando precios por doquier. Desarrollaron unas habilidades increíbles y unas técnicas admirables para regatear a todo trapo. Y cada compra es una nueva historia. En los pueblos más chicos, cada transacción implica sacarse los zapatos, entrar a la tiendita y sentarse a charlar con el vendedor, de Shiva, de la calidad de las telas, de su familia y de lo que sea. La compañía hizo que me comprara más cosas estos dos días que en los últimos meses, aunque solo fueran dos pañuelos y un vestidito. Descoqué.

Y luego del estrés de las compras, nos subimos cada una a una moto con tres indios que nos llevaron a una casa a que nos hicieran masajes. En la India hay muchísimas situaciones en las que, ante un destino incierto, no queda otra que confiar y dejarse llevar. Pero nunca llegamos a relajarnos por completo, dado que las masajistas no eran de lo más común: nos masajearon la zapan, las tres eructaban, dos charlaban entre ellas, y una era bastante toquetona. Así que dejamos el lugar con una sensación extraña y, tal vez, más tensas de lo que estábamos antes de entrar.

Nos despedimos con un brindis en el único lugar de Púshkar donde venden alcohol a escondidas y cerveza en tazas.

Ellas partieron para Udaipur, y nosotros nos fuimos en tren a Jodhpur en el mismo vagón que Pérez (no René —el cantante de Calle 13—, sino el roedor), cenamos por allí cerca de la Torre del Reloj y en otro tren seguimos viaje a Jaisalmer.

Jaisalmer

Calor. Llegamos al desierto. Jaisalmer es una ciudad rodeada de dunas y arena. Es todo marrón clarito, todo color Jaisalmer. La llaman “ciudad dorada”, y es mucha veces descrita como un lugar sacado de Las mil y una noches. Paramos dentro del fuerte, el protagonista de la ciudad, frente a unos templos Jain.

Y, como somos masoquistas, nos volvimos a subir a un dromedario (lo que nos hizo recordar el dolor de dromedarios) e hicimos la excursión al desierto, supuestamente la no turística, pero eso es lo que les dicen a todos. En comparación con la que hicimos en el Sahara, en Marruecos, esta fue un gran fiasco. Este desierto es una farsa, son dunas con yuyos y arbustos. Para llamarlo desierto, exijo arena y nada más que arena, un lindo amanecer y atardecer, y muchas estrellas fugaces. Eso es el desierto. “No tourists, deep desert”, nos habían asegurado. Una mentira. A lo lejos se escuchaban otros grupos cantando y se veían fuegos artificiales, había perros que venían a hurgar nuestra basura y, cada tanto, se oía pasar un jeep en la lejanía. Dormimos sobre la arena, cagados de frío y rodeados de unos escarabajos de tamaño excesivamente mayor que el promedio, sobre las mugrosas mantas que previamente se habían usado como montura para los camellos, lo que provocó que después se nos pegaran todas las mosquitas. (Para los que no me conocen, es posible que mis opiniones estén levemente exageradas con fines ilustrativos). Pero bueno, puedo seguir. Los dromedarios casi que no tenían joroba, apenas una pequeña protuberancia. Tan “deep desert” que había señal de celular, y hasta llegaba una señal de Wi-Fi con contraseña. Nos llevaron a un terreno baldío a unos metros de la ruta. Y para terminar, ni las estrellas fugaces pasaban por ahí; Luciano asegura haber visto varias, pero yo solo vi una y todavía dudo si no fue un avión. Creo que lo más aventurero fue haber estado a pocos kilómetros de la frontera con Pakistán. Ahora realmente valoramos nuestro previo paso por el Sahara.

Delhi

Dejamos Delhi para el final. Otra vez caos: el tránsito, las bocinas que nunca se callan, la basura en todos lados, y los hombres que te saludan, te invitan a sus negocios, te ofrecen sus tuk-tuks (o rickshaws), te consiguen un guesthouse, te preguntan adónde vas o simplemente te quieren charlar. Paramos en Paharganj, un barrio lleno de tiendas, casas de cambio, restaurantes y hoteles para todos los gustos. 

Day trip a Agra

Y no nos podíamos ir sin haber visitado el Taj Mahal. Como nos colgamos y después ya no conseguimos pasajes de tren, nos fuimos desde Delhi en una excursión (con Delhi Tourism and Transportation Development Corporation, DTTDC) a pasar el día a Agra. Partimos a las 7 a. m. y visitamos la tumba de Akbar, el Fuerte de Agra y el Taj Mahal.

El Taj Mahal fue construido por el emperador Shah Jahan como mausoleo para su esposa favorita, Mumtaz Mahal. Se calcula que participaron alrededor de 20.000 trabajadores en su construcción, la cual duró 22 años. Se dice que el emperador planeaba construir otro mausoleo idéntico en mármol negro para sí mismo en frente del original. Pero su hijo, que era medio guachito, lo destronó y lo metió preso, por lo que nunca pudo llevarlo a cabo. Al poco tiempo, Shah Jahan murió, y ubicaron su tumba al lado de la de su esposa. Por eso, dentro del mausoleo del Taj Mahal se ve la tumba de la esposa en el centro, y la de Shah Jahan a su lado (lo que rompe la perfecta simetría de todo lo demás). Y bueno, para variar, nos dijeron que a varios de los arquitectos y trabajadores les cortaron las manos para que no pudieran hacer otra obra igual.

La verdad es que es de lo más impactante que hemos visto, por su tamaño, por la cantidad de mármol blanco, porque no hay nada en el fondo que arruine la foto, porque es zarpado, y porque está rodeado de fuentes y jardines con monos y ardillas.

El precio de la entrada para turistas es de 750 rupias (USD 12 aprox.) e incluye una botella de agua, unas bolsitas para cubrir los zapatos (así no hace falta descalzarse para entrar al mausoleo) y el trayecto en carrito hasta la entrada. Pero lo que realmente justifica que nos cobren más de 30 veces más que a los locales (que pagan tan solo 20 rupias) es la condición de VIP. No hicimos ninguna cola. Una vez adentro, nos veían y nos abrían la soga para dejarnos pasar sin necesidad de mostrarles la entrada, como si nos conocieran. Éramos rockstars en el Taj Mahal: los guardias nos saludaban con una leve inclinación de cabeza y nos dejaban pasar sin hacer fila, caminábamos por el carril rápido mientras adelantábamos a miles de indios que hacían colas y colas durante horas y, encima, cada tanto nos paraban para sacarse una foto con nosotros.

Rockstareando

Rockstareando

El gran logro es que nos vamos de la India sin haber sufrido males intestinales. Podemos afirmar que es posible comer curry y comida local, y no descomponerse en el intento. Tal vez estos últimos meses nos sirvieron de entrenamiento. No Delhi belly for us.

Próximo destino: Bangkok, Tailandia.