Nunca me sentí tan sudaca como cuando entramos en Australia. Acogedora bienvenida con interrogatorio en migraciones, más preguntas con las valijas, una cuasiacusación de que mi pasaporte estaba alterado e inspección minuciosa de mi equipaje. Una vez que la migra nos dejó pasar, nos fuimos a Cairns, alquilamos una casita rodante (también llamada autocaravana, motorhome o campervan), nos pusimos en modo hippie, y empezó la aventura.
Australia es grande y caro. Las ciudades conviven con bosques y parques naturales, con montañas, playas y naturaleza. Hay mucha vida al aire libre, mucho surf y muchos deportes que no sé ni cómo se llaman. La fauna es muy diferente, para nosotros al menos, que estamos acostumbrados a verla encerrada en zoológicos: canguros, koalas, muchas especies de lagartijas, pájaros muy raros, etc.
Y la campervan se convirtió en nuestro hogar por dos semanas. Al principio fue algo complicado, nos chocábamos, nos golpeábamos la cabeza y se nos caían las cosas. Después todo se naturalizó. Viajábamos, cocinábamos, comíamos y dormíamos en nuestro monoambiente, donde cada cosa tiene su lugar determinado, donde en unos pocos metros cuadrados la mesa se arma a la hora de comer y luego se convierte en cama a la hora de dormir. Volvimos a tomar vino y a sentir el sabor de la comida casera (fotos de nuestro arte culinario en la sección de comidas), y salir a comer se convirtió en armar la mesa al aire libre.
Cada tres o cuatro días parábamos en un camping pago para cargar agua y energía, que debe ser extremadamente cara porque encontrar un enchufe de uso público en Australia es como la de la aguja en un pajar. La campervan cuenta con un tanque de agua de unos 30 litros, que usábamos para beber, tomar café y lavar los platos. Parar en un camping pago significaba varias cosas: llenar el tanque de agua, cargar la energía auxiliar para la heladera y las luces, y poder usar los enchufes del interior (que solo funcionan cuando se conecta la campervan a un toma) para cargar la notebook y los celulares. Los campings también significaban agua caliente asegurada en las duchas, y algunas cosas más como cocina, parrillas y lavarropas. Pero lo mejor era que a la noche abusábamos del agua y de la energía, y prendíamos todas las luces, lavábamos los platos derrochando agua (sorprende lo poco que se usa cuando los litros están contados), y hacíamos maratón de películas o mirábamos alguna serie.
De todos modos, baños y parrillas hay en todos los parques y rest areas, que generalmente también tienen mesas, así que la mayoría de las noches dormimos en estas áreas de descanso. Nos encontramos con rest areas de todo tipo: con ducha, sin ducha, en lugares remotos frente a alguna playa, al lado de parques nacionales, al costado de la ruta, etc., pero todas las noches había una explosión de estrellas en el cielo y algún que otro vecino con su propio hogar rodante haciendo lo mismo que nosotros: descansando gratis. Una de las mejores fue aquella en la que nos encontramos con unos agradables canguros saltarines que se diferenciaban en mucho de los diez o quince que ya habíamos visto hasta el momento (al costado de la ruta, explotados por haberse aventurado a cruzarla).
Y, tras salir de Cairns, pasar por Mission Beach, Airlie Beach, Mackay, Rockhampton, Agnes Water, 1770, Sunshine Coast, Brisbane, Gold Coast, Byron Bay, Coffs Harbour, Port Macquarie, Nelson Bay y Newcastle, entre otros, y recorrer 3766 kilómetros en casa rodante, finalmente llegamos a Sydney, entregamos el hogar, volvimos a ser homeless y nos fuimos al aeropuerto.
Próximo destino: México, cabrones. Dejamos de ser gente del futuro, volvemos en el tiempo y regresamos a nuestro continente. Desafortunadamente, empezó la cuenta regresiva.
A continuación, algunas fotos de nuestra vida en casa rodante (hacer clic en ellas para agrandarlas).
Y aquí algunas fotos de Australia.
Prohibido nadar en muchos lugares
Muchas ciudades tienen piletones para que la gente se refresque